lunes, 15 de diciembre de 2008

¿Cafetín de Buenos Aires?

Aunque suelo preferir los trabajos "de escritorio" (sobre todo si es el mío, en casita) motivos laborales me llevaron por los cien barrios porteños. Gracias a eso, tengo LA imagen mental para la postal navideña de la decadencia de la sociedad (diría de la civilización, pero estoy ensayando ser un pelín menos rimbombante): una madre y sus dos polluelos, obesos los tres, zampándose unos frappucinos coronados con copetones de crema en Starbucks. Era un cuadro de Botero intervenido por el pop.

No quiero ser prejuiciosa, pero como soy, ejerzo: había tantas cosas mal en esa escena. Quiero aclarar, ante todo, que estoy muy (muy) lejos de la dictadura de la silueta (soy mucho más Rubens que Modigliani, valga el ejemplo). No estoy hablando de gente con sobrepeso, "con unos kilitos de más", "rellenita", "de huesos grandes", "grandota" (dios de dios de dios, ésta última me da urticaria de sólo escribirla). Estoy hablando de obesidad lisa y llana, como término médico.

Me asusta comprobar que de alguna manera he heredado esa mirada aprehensiva de madre. Madre (y gran parte de la familia materna salvo, claro está, la nona) es lo que se conoce como un "alfeñique de 45 kilos", pero con toda la fuerza de la literalidad (en épocas terribles ha llegado a pesar menos). En los últimos años su natural tendencia a la delgadez está exacerbada por una especie de trastorno en la conducta alimentaria del que es poco consciente que no sólo se expresa en forma de una obsesiva ortorexia sino particularmente por el rechazo casi fóbico a cualquier forma de exceso de peso no sólo propio sino ajeno. Una persona con sobrepeso, no digamos ya alguien obeso, le genera una extraña mezcla de impresión, lástima, terror, rechazo. Madre ama pensarse como gacela (de hecho, es habitual que en la comparación con gente más "pesada" diga: "si x cosa me cuesta a mí, que soy una gacela..."). A mí me perdona la vida porque soy la niña de sus ojos, claro está, y hace la vista gorda (o flaca, para el caso) pero le cuesta, sobre todo porque metafóricamente somos mamíferos del mismo orden pero de especies diferentes. El sema "grácil" difícilmente es común en nuestros respectivos universos...

Dicho esto, vuelvo al prejuicio... Por un lado tenemos la ya mentada cuestión sobre la mera existencia de Starbucks en Buenos Aires. Volviendo sobre el temita ese de los "consumos", cuando todo era sólo una especulación, a mi me parecía divertida la idea de jugar a estar en una sit-com. Todo el fenómeno posterior, las cuadras de cola, el fetichismo alrededor de un vaso descartable, el costo astronómico y ridículo por un producto que no sólo no es extraño en la ciudad sino que se ofrece, a cualquier precio y calidad, en cada esquina, me convenció de que hay algo perverso y obceno en la propuesta.

Pero no fue hasta hoy que entendí hasta qué punto me incomoda. Porque hoy vi no la inocente tilinguería habitual, sino una familia enferma gastando más de $50 pesos de su presupuesto en tapar sus arterias. Y no hay nada divertido en eso.

4 comentarios:

  1. Sobre los tres obesos, ¿alguno fumaba?. ¡Ah, entonces no es "tan" grave, che! Comer aún es sano (no se han prohibido Starbucks ni parrillas ni nada); lo enfermante es fumar o, mejor, que uno sólo fume a unos cuántos metros.
    Hoy hay dos grandes tipos de persecuciones: contra el "gordito", que no jode a nadie pero debe tratarse (un enfermo) y contra el "fumador", un adicto hijo de puta que enferma a todos y hay que separar del espacio social.
    Familias enfermas son la gran mayoría, no tenga la menor duda: de lo contrario se acabaría el negocio de la "política preventiva" y derivados nichos de mercado.
    Un beso.

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  2. Qué bien que estás escribiendo, cada vez mejor. Y como siempre pasa, cuando hay una historia detrás de la anécdota y no una mera elucubración sensitiva, el post sale más limpio y, a dios gracias, entendible para los lectores ocasionales.

    Los brasileños le dicen gordura a las grasas, van a la sinécdoque y se tocan. Y descubrí en una pasa dental del mismo origen, carioca, o gaucho -hago un café carioca, o gaucho- que a las encias le dicen gengivas, de lo que viene la afamada gengivitis, lo portugués más cerca de lo latino como raiz, el viejo sueño de la tradición oral.

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  3. Respondo 6 meses después, porque soy una maleducada (malaprendida, diría mamá...)

    Cinzcéu: he tocado una fibra sensible, según parece. Me quedo con el diagnóstico "Familias enfermas son la gran mayoría". ¿Qué se puede agregar después de tamaña verdad? Para un negocio redondo... ¿le vendo mi prejuicio?

    Natanael: Momento flogger: (insertar carita ruborizada). Sobre el desvarío ideolectal carioca... a no sorprendernos, ¡estamos hablando de la civilización que inventó el día puente!

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  4. uh,todos piruchos...y...

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