Mafalda y Felipe están sentados leyendo historietas hasta que Felipe lamenta estar angustiado por no haber hecho aún los deberes. Mafalda le reprocha que por qué en lugar de angustiarse no se va a hacerlos. La respuesta de Felipe me resume: "ya que no pude disfrutar la historieta, dejame al menos disfrutar mi angustia".
¿Cómo volver a escribir después de ese manifiesto post punk idiota al que suscribo? Con cualquier cosa. Punto y aparte.
Volví a gastar demasiado en productos del lugar ese al que no sé ponerle nombre. Tenía pensado deprimirme, pero no sólo ya agote mi cuota de depresión por las dos próximas reencarnaciones (en las que, me juego la cabeza, me toca invertebrado), además concluí que después de todo sólo fue un gasto equivalente a un combo de McDonalds. Debo haber ingerido más o menos las mismas calorías, pero por lo menos me ahorré los derivados del petróleo. Supongo que pasé a la etapa compulsiva del ciclo: recuperando energía a puro exceso calórico y etílico. La impresentabilidad al palo.
Asumo que lo positivo de este estado "nunca es triste la verdad, lo que no tiene es remedio" es la percepción clara y distinta de que todo me chupa un huevo. La gente, las demandas, las ofertas, las excusas, las explicaciones, las quejas; mis demandas, mis ofertas, mis excusas, mis explicaciones, mis quejas; mi desesperación miope y ombliguista. Mientras yo escribo mi melodrama personal, el mundo sigue siguiendo.
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