El folletín Vargas Llosa parece no tener fin. El último episodio lo protagoniza Jorge Coscia en el anuncio del relanzamiento de los Premios Nacionales de Cultura. "Un país puede importar cualquier cosa menos su producción cultural. Esta es la diferencia central que tenemos con Vargas Llosa", dijo Coscia", dice La Nación.
En una ataque de paranoia, fui a buscar una fuente adicional, para no quedarme sólo con la paráfrasis de La Nación, pero no encontré la cita textual en ningún otro lado. Encontré, sin embargo, la cita textual de la primera carta de Horacio González, en la que, según La Nación, "exigía no invitar a Vargas Llosa a la Feria del Libro". Lo que decía González: "Lo invito a que reconsidere esta desafortunada invitación (...)".
Creo desde el comienzo de este incidente que es una verdadera vergüenza que el director de la Biblioteca Nacional macartee a Vargas Llosa por su ideología, para colmo, ante una invitación a un evento más afín al mercado que a cualquier política cultural, como es la Feria del Libro. Que a un funcionario público del área de Cultura le resulte improcedente la invitación a la apertura de la Feria a un escritor latinoamericano, con una obra vasta y célebre, que ganó el último premio Nobel de Literatura y que además es éxito de ventas, es a todas luces, reprobable. Pero para colmo, es una gigantesca muestra de torpeza. Algo esperable de más de un mediático adlátere, pero no de un intelectual que desempeña un cargo público.
Lo de González fue un error grave, pero es evidente que no exigió nada, mal podría hacerlo. Aquí es donde la argumentación se me empieza a embarrar: donde se cargan las tintas sobre el error grave de González para adjudicarle un acto de censura vinculante. Y ahí siento que tengo que dar una voltereta para adaptarme mejor a la guerra de trincheras. Porque por bochornoso que haya sido el episodio, no hubo ninguna amenaza concreta a la libertad de expresión. De hecho, no sólo Vargas Llosa sino todo el arco del periodismo opositor no ha hecho más que expresarse ardorosamente al respecto.
Lo de Coscia es todavía más grave, porque lo único que puede sumar en un incidente de esta naturaleza es el silencio. Ya debió ocuparse el propio González de enviar una segunda carta de desagravio, desestimando la "invitación" de la primera: "esta discusión no puede dejar la más mínima duda de la vocación de libre expresión de ideas políticas en la Feria del Libro, en las circunstancias que sean y tal como sus autoridades lo hayan definido".
La insistencia pertinaz en desconocer el error sólo contribuye a darle entidad a la "amenaza a la libertad de expresión", algo que en esta coyuntura, en la que con tanta liviandad se habla de "diktadura", es un botón más de muestra de una política de cuadros que recluta con letanías machaconas sólo a los mismos de siempre, mal que le pese al eslogan 678chero by Baglietto "multiplicar, es la tarea".
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