domingo, 7 de diciembre de 2008

Mendel, compadre...

Mi hermano se fue de minivacaciones con su nueva chica. En su ausencia no sólo descubrí que me dejó desconectados los parlantes que uso para laburar sino que además tuve que informarle a madre de su viaje cuando en medio de un llamado telefónico me pidió que le pase con él. Para colmo, madre me llama una vez más hoy para comentarme una decisión que tomó y que me (nos) afecta (muy) indirectamente. Al parecer, habló de eso con mi hermanito hace una semana y el muchacho quedó traumado. Por supuesto, programa dominguero si los hay, decide llamarme a mí para discutir de los temas que trauman a mi hermano mientras el tipo da paseos por la playa.

Lo peor del caso, y me doy cuenta retrospectivamente, es que el llamado obedece a que madre se quedó preocupada (claro) y necesitaba justificar su decisión. Supongo que esperaba (equivocadamente, como siempre) mi aprobación. Desde que tengo uso de razón venimos ensayando esta contradanza: ella busca que yo acuerde con sus decisiones, yo estoy en desacuerdo con sus decisiones, pero más aún con su búsqueda de acuerdo. Las dos nos quedamos enojadas y desilusionadas y tristes. Después se nos pasa. Hasta el próximo llamado. Me sorprende darme cuenta de que con toda la energía que creo ponerle a diferenciarme de madre, después hago lo mismito con mi vida. ¡Qué genes poderosos, mamma mía! (geddit?)

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